Albert Collins ha tenido muchos apodos, como The Master of the Telecaster (el «Maestro de la Telecaster»), en honor a su guitarra favorita, o The Razor Blade (la «Hoja de Afeitar»), por su fraseo agudo y tremendamente afilado, como una cuchilla de afeitar. Pero, para los amantes del blues, fue y sigue siendo sobre todo The Ice Man (el «Hombre de Hielo»). Y no por la frialdad de su carácter, ya que amaba a su público y no guardaba las distan-cias; de hecho, le encantaba bajarse del escenario durante los conciertos y tocar entre el público. De hielo, por así decirlo, solo tenía su inconfundible sonido. Uno de los más particulares del blues de los últimos cincuenta años y no solo por sus peculiari-dades técnicas —por ejemplo, no utilizar la púa—, sino más bien por los escalofríos que fue capaz de transmitir y que aún transmi-te a quienes escuchan sus grabaciones. Y escalofríos como estos consiguen calentar el alma de los que aman el verdadero blues.
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